Dr. Rafael Estay Toloza
A menudo los pacientes me pregunta lo anterior. En un primer nivel lo que están preguntando es si se van a ver libres de síntomas (los más frecuentes son la angustia, la disminución del ánimo, la irritabilidad, el insomnio, la pérdida de la memoria y no poder concentrarse). Pero no nos olvidemos que los síntomas psíquicos son como los dolores físicos. Nos señalan que algo está mal. Así como no ignoraríamos el dolor del tobillo que nos indica que nos lo hemos torcido y que es mejor que no salgamos a trotar hasta que nos curemos, tampoco tenemos que ignorar las llamadas de alerta de la psique. Por supuesto que, siguiendo con el ejemplo anterior, podemos tomar medicamentos que nos calmen el dolor e igual usar el tobillo ignorando el daño que le podemos causar. Con la psique es similar.
Afortunadamente, tenemos llamadas de alerta que nos señalan el desequilibrio psíquico, pues eso es lo que son los síntomas psíquicos; están destinados para que se les preste adecuada atención y que podamos restaurar el equilibrio perdido y el funcionamiento adecuado que nos permita desplegar todas nuestras potencialidades.
Podemos ignorar esas llamadas de atención, el problema es que mientras más lo hacemos más daño nos vamos causando y más restringidos y temerosos nos comportamos. Hasta puede llegar el caso en que dejemos de percibir los síntomas porque estos han desaparecido debido a que la psique se agotó de hacernos atinar.
Entonces, es bueno que usemos los síntomas a nuestro favor. No es una sabia decisión que continuamente los tapemos en base a medicamentos. Todos pasamos por momentos difíciles en nuestras vidas y no tiene nada de malo que transitoriamente nos apoyemos en fármacos. Así mismo, hay ciertas patologías que necesitan el tratamiento a largo plazo -y probablemente de por vida-, con medicamentos (por ejemplo, las depresiones mayores, las enfermedades bipolares, la esquizofrenia, etc.) y sería absolutamente erróneo privarse de su ayuda.
No obstante, y retomando el ejemplo del tobillo, puede que ya no nos duela, pero eso no quiere decir que estemos sanos. Para realmente estarlo, tenemos que convencernos de que lo estamos. Es decir, tenemos que probar al tobillo, sometiéndolo a exámenes de rendimiento hasta que en algún momento sencillamente nos deje de preocupar. Esto va a acontecer cuando nuestra psique deje de considerarlo algo especial, deje de estar preocupada por su buen rendimiento y lo asemeje al resto del cuerpo. O sea, mantenga con el tobillo una atención igual que la que tiene con las otras partes del cuerpo, y no una atención especial.
Con las enfermedades psíquicas sucede algo parecido. El estar libre de síntomas es un paso importante sin que implique necesariamente que estamos sanos. Puesto que nos tenemos que convencer que lo estamos, y, obviamente, que ese convencimiento no sea un engaño a nosotros mismos. El Yo de la persona tiene que funcionar sin la carga que significó la enfermedad que estaba expresando los síntomas que tenía. Tiene que volar libre y, si no sabe hacerlo, tiene que aprenderlo. Primero a pequeños pasos, pequeños intentos que lo vayan fortaleciendo y librándolo del temor a abrirse a nuevas posibilidades y formas.
Es que el Yo es preciso que aprenda a estar sano incluso teniendo una enfermedad crónica detrás, por ejemplo, una enfermedad bipolar. Con un tratamiento que combine lo farmacológico con lo psicoterapéutico, un enfermo bipolar puede funcionar normalmente, lo que no quiere decir que su enfermedad de base, su susceptibilidad genética, haya desaparecido, pero está controlada.
Teniendo una enfermedad crónica la sanidad del yo se expresará en seguir lo más fidedignamente posible las indicaciones para mantener controlada su patología, y así poder desarrollarse utilizando todos los espacios libres disponibles que no vayan a producir un resurgimiento de la enfermedad de base.
El Yo puede estar habitando un cuerpo y/o una mente que esté más o menos enfermo pero eso no tiene que ser un impedimento para su propia salud. Va a estar sano aquel Yo que sienta, en lo profundo de sí, que está armonizado consigo mismo, que ha desarrollado sus potencialidades y que, aún estando limitado por razones precisas, como puede ser una enfermedad, ha podido desplegarse libremente. Esa sensación se acompaña de paz y de una sutil corriente de alegría permeando cada acto del ser.
Mientras no logremos lo anterior, independiente de si necesitamos tomar fármacos, no vamos a estar realmente sanos.
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