Dr. Rafael Estay Toloza
En otro artículo (Eros y Tánatos) hemos señalado que el aparato mental está constituido por dos energías psíquicas en un constante interjuego. Por un lado tenemos el Eros y por otro el Tánatos. El primero corresponde a la energía ligada al amor, a la creación, a la construcción. Obviamente es la que ha primado a lo largo de los tiempos. Si así no hubiese sido nos habríamos extinguido. Puesto en un nivel individual, se necesita un sobrante de energía libidinal -que puede ser utilizado como sinónimo de Eros-, para que esa persona sea esencialmente feliz. La felicidad depende de la existencia de un predominio del amor. El Tánatos, que también puede ser llamado pulsión de muerte, es aquella energía que propende a la destrucción y a la disolución. Quizás podríamos asemejarlo a Shiva, el dios hindú de la destrucción pero que al mismo tiempo implica renovación. En ese mismo sentido se expresan las Erinias o furias griegas, en un comienzo temidas por el mismo Zeus como espíritus de la furia y venganza, pero más adelante denominadas las Euménides o benevolentes y protectoras de los atenienses.
Es decir, desde antiguo en la mitología se reconoce a estas dos fuerzas. La creación y la destrucción, la vida y la existencia asociada a la desaparición y renovación. El mito del eterno retorno tan bien simbolizado en la figura medieval del ouroboros, la serpiente enroscada sobre sí misma comiéndose su cola, lo antiguo dando nacimiento a lo nuevo en un proceso de constante renovación. Desde la mirada sicológica, el Tánatos tiene su razón de ser como aquella agresión puesta al servicio del Yo, o dicho de otra manera, como el cúmulo de ideas y acciones que implementamos para proteger nuestra propia existencia y la de nuestros seres queridos.
Sin embargo, no sería entendible que quisiéramos proteger algo -ya sea a nosotros mismos u otros-, si aquello a proteger no estuviese investido (energizado) con una carga libidinal o Eros mayor que la energía agresiva. Justamente en la fuerza primitiva de la envidia podemos apreciar la manifestación no tamizada de la agresión pura. El objeto envidiado y no revestido de Eros, no tiene como transformarse en algo preciado y digno de ser conservado siendo contaminado con la agresión en su estado prístino. Es así que no vemos problema en destruir el objeto envidiado, al poseedor de dicho objeto y a la posibilidad de que nosotros mismos pudiésemos gozar de él. La única satisfacción posible, y quizá la palabra satisfacción acá es ambiciosa, consiste en la destrucción del objeto.
Es cierto que la envidia es un caso extremo, pero nos permite graficar el peligro de la agresión no compensada con amor. De Tánatos sin Eros.
En el aparato psíquico son necesarias ambas pulsiones, pero como ya señalamos más arriba, el equilibrio tiene que estar finalmente inclinado hacia el amor.
Cuando llega a consultarnos un paciente puede ser por múltiples razones, pero podríamos decir sin temor a equivocarnos, que el punto común a todos ellos es que de alguna manera se están dando cuenta (o alguien muy cercano lo hace y lo incita a consultar) que hay un predominio del dolor, del sufrimiento; del desasosiego sobre el bienestar, la armonía y la satisfacción. O sea, que en el estado en que se encuentra, no está prevaleciendo la felicidad, que viene aparejada al desenvolvimiento de las tendencias innatas más preciadas de cada individuo. Aquel a quien se le presentan múltiples obstrucciones en el desarrollo y construcción de su personalidad, en la expresión de su Self verdadero; va a ir dando pábulo a la aparición de un falso Self. Dicha entidad de alguna manera es el resultado de una transacción. Como ya dijimos el Self necesita mantenerse impoluto siendo el reservorio de nuestra más íntima individualidad. Si las condiciones no son las favorables se irá creando, desde el mismo Self, un constructo defensivo y mediador con las inclemencias medioambientales (esas inclemencias pueden ser internas o externas) llegando a un equilibrio; digámoslo así, forzado, que altera el libre desarrollo de la individualidad pero que al mismo tiempo permite seguir funcionando y existiendo en medio de las adversidades. Justamente el precio que se paga es que se comienza a adoptar un camino diferente. Se precisó tomar un desvío pues el camino original estaba en tan malas condiciones que se hizo intransitable. Bueno, en la vida es habitual que vayamos tomando atajos y que nos tengamos que adaptar a las contingencias variando muestra planificación original. El problema radica en que los desvíos pueden alcanzar tal magnitud que prácticamente no va a haber forma de alcanzar la meta originaria, que incluso puede irse difuminando hasta el punto que la persona no logre identificar hacia donde va ni menos hacia donde desea ir. Eso lo apreciamos en los pacientes, sobre todo en la década de los treinta y al aproximarse a los cuarenta años (y de ahí en adelante) que manifiestan no saber para donde ir y que han perdido el sentido de sus vidas. Es probable que a esas alturas ya hayan cumplido con las exigencias sociales (tener una familia, criar hijos, tener un trabajo estable, etc.) y que por primera vez en muchos años se vean con la posibilidad de detenerse y mirar si el curso de la vida está siendo el deseado.
El estado en que se encuentre una persona cuando finalmente decide consultar varía mucho. En un extremo tenemos a alguien a quien puede que le haya sucedido algo que claramente a cualquiera le hubiese significado un stress de tal cuantía que sería un error explorar más y echar, por así decirlo, más leña a la hoguera (por ejemplo, un serio accidente, un asalto o acto de violencia a él mismo o a algún familiar, un desastre natural, etc.). Lo que tenemos que hacer es quedarnos en la situación vivida siendo como un yo auxiliar que le ayuda a metabolizar la injuria sufrida. Ya que el yo del paciente se vio sobrepasado por lo acontecido, necesita de una mano amiga, en este caso el yo auxiliar del terapeuta, que le coopere y que en ocasiones le sirva de guía para poder lidiar con su sufrimiento. Necesita poderse abandonar en la protección del vínculo terapéutico y desde esa relación de confianza utilizar sus herramientas psíquicas para ir reparando los daños. Este proceso, con sus respectivos matices, tiene sus similitudes en toda acción terapéutica. Ya nos referiremos más adelante a aquello.
En el otro extremo puede que haya sido un proceso de larga gestación, en que se ha ido acumulando gota tras gota hasta sencillamente rebalsar el vaso. Con esto quiero decir que es posible que no encontremos ningún evento de gran magnitud precipitando la consulta. Ahora bien, lo anterior es cierto desde una perspectiva más no es tan correcto desde otra. Es cierto desde la óptica que realmente después de mucho explorar no pesquisemos hechos de una cuantía tal que se nos hagan evidentes como elementos precipitantes. Pero puede no serlo si nos situamos en la realidad psíquica del paciente al momento de consultar. Ya el solo hecho que lo haya hecho señala un rumbo diferente. Algo tuvo que suceder internamente, y no algo menor. Cuando el paciente consulta es porque de alguna forma se da cuenta que ya no puede seguir en el antiguo equilibrio. Hasta ese momento los acuerdos y transacciones psíquicas le habían permitido llevar adelante su vida, con más o menos restricciones, con más o menos montos de bienestar. Pero una vez que comienza el cuestionamiento, una vez que empieza a surgir con fuerzas la sensación de desasosiego con el modo de vida llevado hasta ese momento, es muy difícil la vuelta atrás. El modo de funcionamiento previo, que hasta ese instante ha sido de utilidad y ha permitido llegar al punto en que se encuentra el paciente, con sus logros y debilidades, con sus fortalezas y flaquezas, necesita ser revisado, necesita ser reactualizado a la luz del nuevo momento del desarrollo del paciente. Lo que sirvió a los veinte y quizás a los treinta ya no es de la misma utilidad a los cuarenta ni menos a los cincuentas, por así decirlo. La misma psique ha ido evolucionando y es bueno que así sea, habla de salud mental. No olvidemos que un signo preclaro de salud psíquica es la creatividad. La creatividad podemos referirla a algo concreto (un libro, una pintura, un negocio, música, las relaciones humanas, el estudio de algo, etc.) y/o a las acciones internas que llevan a aquello. O sea, el libre fluir de energía psíquica plasmando nuevos caminos, explorando nuevas posibilidades, atreviéndose con lo desconocido y dejando atrás la seguridad de lo conocido sin que eso implique un salto suicida hacia lo ignoto.
Pero en este aspecto también podemos apreciar una tremenda individualidad. Hay tipos de personalidad que se ven más propensos a mantener los equilibrios, las reglas, lo establecido y hay otras en que sucede todo lo contrario. El primero se verá complicado si tiene que lidiar con situaciones nuevas pues ahí se expresarán sus rigideces, el segundo se sentirá morir de tedio si no puede dar curso a sus exploraciones y tiene que mantenerse atenido a una cierta rutina. Lo que tiene que primar es nuestra particularidad, nuestra propia individualidad; lo que no implica que no consideremos a los otros, todo lo contrario, puesto que únicamente a través de una cuidada y profunda relación con los demás (aunque surjan diferencias siendo introvertido o extravertido) expandimos nuestros horizontes, haciéndonos partícipes de sus penas y alegrías. Ya no somos solo nosotros la fuente de felicidad sino que la podemos obtener de los demás y, a su vez, brindársela a los otros.
martina
26 enero, 2014 AT 0:36Mensaje
En algún momento del camino , existirá una herramienta desconocida aún, descubierta por un maestro, que permita continuar o quizás me brinde el apoyo para encontrarla?