Mis primeros encuentros con Jung se produjeron a comienzos de 1984 cuando un grupo de colegas me invitó a participar en un taller de sueños de Lola Hoffmann.
Recuerdo esas tardes allá arriba en José Arrieta, donde el camino no podía seguir subiendo, pues la cordillera se lo impedía, y veíamos Santiago a nuestros pies. Era como estar en la última frontera, arriba la montaña inexplorada, abajo la ciudad conocida, pero con una nueva pesspectiva, dada por la altura y por la presencia siempre mágica de Lola. Una frontera en la que, cada vez que abríamos la puerta para entrar al patio y luego a la casa, Lola nos servía de guía para intentar explorar más allá, adentrándonos en las complejidades de nosotros mismos.
Luego de un tiempo le pregunté si podía tratarme individualmente. Me pidió que le explicara qué era lo que deseaba con ese tratamiento. Al cabo de un par de conversaciones accedió a que nos juntáramos semanalmente, situación que se mantuvo hasta poco antes de su muerte.
Las sesiones eran diversas. En invierno o cuando el tiempo estaba frío transcurrían en su escritorio. En verano nos sentábamos en un banco en el jardín mientras se paseaban las gallinetas y los patos. Muchas veces era ella quien más hablaba. Recuerdo una ocasión en que se mantuvo toda la sesión hablando con un monótono sonsonete, explicando que lo hacía así pues de esa manera estaba percibiendo el sonido cósmico. Otra vez me señaló que estaba sucediendo un milagro, mientras me indicaba el sol del atardecer en sus infinitos tonos amarillos, naranjas, violetas e incluso verdes, que se reflejaban en la nieve recién caída en la cordillera.
Incluso ahora, cuando han pasado tantos años, al contemplar los colores del atardecer en la cordillera nevada, me recuerda a Lola, quien me enseño a ver milagros.
Otras veces hablábamos de mis problemas, con especial énfasis en los sueños y ensoñaciones diarias. En algunas 0casiones me sugirió consultar el I Ching. Decía que al I Ching había que tratarlo con respeto y consultarlo cuando fuera necesario, que no era un juguete para trivialidades. También hablábamos de mitología y del significado de las palabras.
El viaje de vuelta a mi casa era largo, pero el tiempo parecía perder su ritmo acostumbrado. Uno salía de la casa de Lola con los pies no totalmente en la tierra, o a lo mejor sí, pero el vuelo de la mente era lo que hacía que se experimentara esa tan grata sensación de liviandad, de simpleza, de armonía.
En las postrimerías de su vida, Lola Hoffmann era un instrumento especialmente afinado para penetrar el sentido de la vida y trasmitir sus vivencias.
Recuerdo que al comienzo de nuestra relación le pregunté qué libro de Jung me recomendaba leer. Me dijo que leyerá Recuerdos, sueños, pensamientos. Durante años no logré entender por qué me había recomendado ese libro. Con la perspectiva del tiempo se me fue aclarando.
Jung al escribir ese libro, al igual que ella misma, estaban en una etapa de vida similar, la etapa final, la transición hacia la muerte. Etapa en que revisar si se ha sido coherente con el respectivo proceso de individuación es lo mmás importante. Es decir, la coherencia con uno mismo. Haber sido fiel al propio camino. Para Jung siempre fue de crucial importancia darle curso cabal a su proceso de individuación y eso queda plasmado en ese libro autobiográfico. Pero no es un libro fácil de leer, casi nada de Jung lo es en realidad.
Durante años, muchos pacientes a su vez me han preguntado qué pueden leer de Jung. Esa pregunta me fue motivando para escribir un libro de fácil lectura, introductorio a la vida y obra de Carl Jung. Como el título lo dice: Jung en Fácil.
He intentado mantenerme en el plano lo más comprensible posible, señalando en los pie de página las fuentes bibliográficas de lo expresado. Creo que eso facilita la consulta a quien esté interesado en profundizar determinados temas. También he recurrido al uso de tablas de resúmenes para reforzar aquellos puntos de mayor importancia.
Escribirlo ha sido un trabajo largo y entretenido. Justamente, haberle ido dando curso a mi propio proceso de individuación a través de la escritura de este libro, es lo que lo ha hecho tan grato, a pesar de las vicisitudes que la vida fue poniendo en el camino. Pero ahora que la labor está terminada puedo afirmar, con la experiencia vivida, que Jung tenía toda la razón cuando señalaba que la única manera de ser feliz es irse integrando y que la integración sólo se produce cuando le damos curso a nuestro fluir propio, a nuestro camino, más aún si nos hayamos en la segunda mitad de la vida, cuando dicha integración se hace más perentoria.

              Viña del Mar, junio de 2006.