Mis primeros encuentros con Jung se produjeron a comienzos de 1984 cuando un grupo de colegas me invitó a participar en un taller de sueños de Lola Hoffmann.
Recuerdo esas tardes allá arriba en José Arrieta, donde el camino no podía seguir subiendo, pues la cordillera se lo impedía, y veíamos Santiago a nuestros pies. Era como estar en la última frontera, arriba la montaña inexplorada, abajo la ciudad conocida, pero con una nueva pesspectiva, dada por la altura y por la presencia siempre mágica de Lola. Una frontera en la que, cada vez que abríamos la puerta para entrar al patio y luego a la casa, Lola nos servía de guía para intentar explorar más allá, adentrándonos en las complejidades de nosotros mismos.
Luego ...
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