Carl Gustav Jung vivió una larga vida, desde 1875 a 1961, y fue un prolífico escritor. Sus obras completas sobrepasan los 20 volúmenes.
Pero no es sólo esa gran cantidad lo que dificulta la aproximación a este psiquiatra suizo. También lo es la complejidad con que escribió y los temas a los que se refirió. Él mismo se mostró reticente durante toda su vida a escribir para el público general, “Se de muchos quienes, abriendo uno de mis libros y, tropezando con un número de citas en latín, lo cerraron de un golpe… Me temo que mis trabajos demanden alguna paciencia y reflexión. Lo sé: es muy difícil para el lector que espera ser alimentado por titulares informativos”[1].
Con estas palabras, uno puede sentirse descorazonado y perdido al intentar leer a Jung. Pero a medida que se recorre el camino de su obra se encuentran nuevas dimensiones que van ensanchando los límites de la psiquis y nos vamos topando con una serie de elementos que es posible que en alguna oportunidad nos hayamos preguntado, percibido, o intuido. Es decir, nos va apareciendo un aroma familiar que nos abre el apetito por conocer más. Las cosas van adquiriendo sentido, lo que siempre ha sido muy importante para la psiquis humana, haciéndonos capaces de extraordinarios logros.
La vida moderna cada vez se ha ido llenando más de diversas metas que la desvían de la dimensión trascendente. Creemos que así es la vida y tenemos que constatar cuantos de nuestros semejantes llevan una vida como individuos-masa, carentes de una dimensión individual, profunda y personal que los pudiese satisfacer en armonía con los deseos, tendencias y potencialidades de sí mismos. Lo peor es que ellos mismos no parecen darse cuenta de esa carencia, embrujados por obtener un lugar en el mundo, aunque sea a costa de la pérdida de su individualidad. Esta unilateralidad puede mantenerse por muchos años pero no eternamente pues la psiquis siempre va a buscar compensarse. La compensación de los opuestos o “enantiodromía” es una característica psíquica central.
Jung usa la palabra psiquis para referirse a todo lo relacionado con la mente. No habla de mente sino de psiquis. No habla de lo mental, sino de lo psíquico. La psiquis está formada por lo consciente y lo inconsciente. Cuando nos topamos con el término “análisis” o “analítico” nos estamos refiriendo a una rama de la psiquiatría que considera fundamental el rol del inconsciente. Es así que la obra de Jung se conoce como Psicología Analítica.
El consciente es todo lo que nos es conocido y de lo que nos damos cuenta en un momento dado. Todo lo demás permanece inconsciente (es preferible este término al de subconsciente, pues este último denota un juicio de valor: un estar bajo, sub, y para Jung el inconsciente tiene que ser considerado al mismo nivel del consciente). A su vez, el inconsciente está constituido por una parte personal y por otra colectiva. Vale decir, hay un inconsciente personal -formado por todos nuestros recuerdos, percepciones subliminales (aquellas que no tienen la fuerza o energía suficiente para ser conscientes), y por lo reprimido (alejado de la consciencia por causar algún tipo de dolor psíquico)- y uno colectivo. Jung es el creador del concepto de inconsciente colectivo, siendo un pilar esencial de su pensamiento. Con ello se refiere a aquello que compartimos todos los seres humanos. Es lo que nos une como especie y que se fue desarrollando a lo largo de millones de años en que fuimos evolucionando como animales hasta llegar a ser homo sapiens sapiens. No nacemos cual tabula rasa (ese es un término que le encanta repetir a Jung), es decir, como una mesa vacía, sino que traemos toda una historia de desarrollo en nuestros genes. Podemos así preguntarnos si la psiquis de los seres humanos es igual en todos. Por ejemplo, si la psiquis de un oriental es la misma de un occidental. La respuesta es que la parte colectiva, el inconsciente colectivo es el mismo para toda la especie pero, obviamente el inconsciente personal será moldeado de acuerdo a la cultura en que se vaya desarrollando. Entonces, el inconsciente personal es lo que varía en cada uno de nosotros, mientras el inconsciente colectivo permanece relativamente inmóvil. Señalemos que el inconsciente de por sí es dinámico y cambiante. Lo que sucede es que los espacios de tiempo en que transcurren los cambios del inconsciente colectivo son mucho mayores.
La energía psíquica o libido la podemos entender como una energía ligada al deseo en su más amplia acepción. Es decir, la libido puede ser sexual, de poder, de desarrollo, alimentaria, espiritual, etc. (Esto marca una diferencia profunda con el psicoanálisis freudiano, en que la libido es sólo de contenido sexual).
Jung sostiene que en el desarrollo de la psiquis actúan dos factores: el genético y el medio ambiente, y que la psiquis tiene una función compensadora que naturalmente intenta corregir cualquier actitud parcial o unilateral. Por ejemplo, algo que vemos muy frecuentemente en nuestros días, es el individuo que funciona esencialmente con el pensamiento, quien deberá compensarse con el sentimiento para lograr la totalidad (otro concepto fundamental de Jung). Mientras la actitud psíquica sea parcial se mantendrán las condiciones para el funcionamiento defectuoso de la misma, pues el yo -que es el centro de lo consciente- ignorará los llamados del inconsciente. Si el yo ignora esos llamados, el inconsciente tendrá que irlos subiendo de intensidad hasta el punto en que al yo no le quede otra alternativa que escucharlos, pero no ya como una decisión consciente, sino que como una imposición inconsciente. Eso lo vemos en los exabruptos del carácter, en los súbitos cambios en los estados de ánimo, en la neurosis. Jung llega a decir “bendita neurosis” que es la que nos hace darnos cuenta de que algo no funciona correctamente.
Los términos introvertido y extravertido son de uso frecuente en el lenguaje cotidiano. La actitud introvertida se refiere a aquellos individuos en quienes prima su mundo interno, están volcados principalmente hacia adentro. En cambio, el extravertido vive más hacia afuera y en él tiene primacía el mundo externo. El introvertido, por así decirlo, tiene una relación de más confianza consigo mismo, mientras el extravertido lo tiene con el mundo. En el introvertido lo principal es el sujeto; en el extravertido, el objeto.
Jung describe cuatro funciones psíquicas, la percepción que nos dice que algo está ahí, el pensamiento que nos informa de que se trata eso que estamos percibiendo, el sentimiento que le da la valoración afectiva y la intuición que nos indica a qué se refiere, hacia donde va, posibilidades futuras. Es una percepción inconsciente.
Todos funcionamos de acuerdo a una combinación de esos elementos. Hay una función principal que tenemos más desarrollada y una función inferior que prácticamente no se expresa. Por supuesto, esto llevará a una parcialidad que pavimentará el camino hacia la desarmonía y la enfermedad. Por ejemplo, podemos observar a aquel ejecutivo, identificado de tal manera con su rol (persona es como se conoce la identificación con un rol. La persona del médico tiene un rol, la persona del profesor tiene otro, la persona del padre uno diferente, etc. Persona es como nos mostramos al mundo y como éste nos ve) que dejará de lado otros roles en que se precisen otras funciones psíquicas como el sentimiento y le será difícil manifestar sus afectos a su familia. Es más, puede llegar a resultarle difícil e incómodo el solo hecho de no estar trabajando, sintiéndose “desnudo” si no está desempeñando el rol acostumbrado.
Jung refiere que en la primera mitad de la vida la tarea más importante es establecerse en el mundo; pero en la segunda, las prioridades cambian y comienza a surgir con fuerza lo que denomina proceso de individuación donde lo principal es lograr una identidad propia.
El mayor interés de la psicología analítica está puesto en dicho proceso. A éste le dedicó Jung sus mayores esfuerzos de investigación. Su vida misma se entiende como un camino dado por su proceso de individuación. En su autobiografía parte diciendo: “Mi vida es la historia de la autorrealización de lo inconsciente”[2].
Jung postula la existencia de un impulso primario, endógeno, genético, que lleva al ser humano hacia la totalidad. Este impulso yace en el inconsciente colectivo. Todos lo tenemos. Consiste en que se vaya produciendo un diálogo entre consciente e inconsciente, de tal manera que le permita al individuo ir teniendo un mayor conocimiento de sí mismo; siendo más consciente de su propia vida y de su devenir, ya no como una mera entidad expuesta a los avatares del medio y del inconsciente, sino que un individuo que utiliza todas las herramientas psíquicas a su alcance para ir obteniendo la totalidad.
El impulso hacia la totalidad es un arquetipo. El inconsciente colectivo está formado por arquetipos que son pautas, modelos, posibilidades de comportamiento psíquico, así como los instintos lo son del biológico. A lo largo de millones de años se ha ido decantando una manera “humana”, desde la que se va a plasmar la psiquis y desarrollar el self. Esa manera está dada por los arquetipos.
La función trascendente, que es aquella que establece la comunicación consciente-inconsciente, se expresa en un arquetipo: el proceso de individuación cuya meta es la totalidad. En cada ser humano se va a producir este proceso de individuación, de ser uno mismo, único, personal. El yo va a ir ensanchando sus percepciones, lo que permanecía inconsciente va a encarnarse consciente, convirtiéndose en una realidad accesible para el yo. Se va a producir un viraje, un cambio cualitativo desde el yo, centro de la personalidad consciente, al sí mismo o self, centro de la personalidad consciente e inconsciente y que por lo mismo, incluye al yo. Es decir, el yo es una parte del self. En estricto sentido el proceso de individuación sólo se va a producir si se es consciente de él. Si el yo sigue convencido de ser la única entidad existente negándole toda posibilidad al inconsciente, no va a ser posible que se exprese el self. Sólo cuando se toma conciencia del proceso es que comienza a surgir esta nueva entidad llamada self o sí mismo.
Durante toda su vida, Jung se cuidó de que no lo tildaran de poco científico, de místico o filósofo. Él se definió como un médico empírico (basado en la experiencia). En ese sentido hay que entender el cuidado con que expresa ciertos conceptos. Trata de enunciarlos en un lenguaje científico a pesar de estar tratando con temas difícilmente objetivables y que se acercan a lo subjetivo (para Jung el inconsciente personal es subjetivo y el colectivo es objetivo). Al referirse al self expresa que es “simplemente un término que designa toda la personalidad”[3] y también dice que el sí mismo nunca es puesto en sitio y lugar de Dios, pero puede ser receptáculo para la gracia divina[4]. La manifestación plena del self, la totalidad, es la meta del proceso de individuación.
En este proceso nos vamos encontrando con varias figuras arquetípicas que se manifiestan tanto en la ensoñación diurna (algo así como soñar despierto), como en los sueños propiamente tales. Estas figuras son expresión del inconsciente y van señalando las distintas etapas en el proceso de individuación. La primera es la sombra, que es la expresión de todo aquello que no queremos reconocer ni saber de nosotros mismos. Otras dos imágenes que se presentan son el “ánima” y el “ánimus”. El ánima es la parte femenina de la personalidad que posee todo hombre y el ánimus es la parte masculina en la mujer. Sólo podemos lograr una totalidad si integramos estas partes en nuestra personalidad. También son frecuentes el “viejo sabio” y la “madre tierra”. El self puede manifestarse a través de un mandala (palabra sánscrita que quiere decir círculo mágico) que en general es una figura geométrica redonda o cuadrada y que representa a la totalidad. El sol, la piedra filosofal, el niño divino, el cáliz sagrado y el santo grial, entre otros, son símbolos del sí mismo. Aunque en occidente el símbolo por excelencia del self es Cristo.
Complejo es otro término introducido por Jung. Corresponde a ideas cargadas afectivamente alrededor de un núcleo básico. Por ejemplo, si hablamos de un complejo de inferioridad, el núcleo básico es el sentimiento de inferioridad y las ideas asociadas a este “complejo” van a ser todas aquellas que de una u otra manera nos recuerden o gatillen dicho sentimiento.
En cuanto a la terapia, el análisis junguiano es más amplio que el análisis freudiano ortodoxo. Puede acomodarse más a las necesidades de cada paciente. Por otro lado, y, no menos importante, la frecuencia es menor por lo que es más accesible en términos económicos. Éste se realiza frente a frente, no se fomenta la transferencia, el terapeuta tiene una posición de igual y puede compartir sus propias experiencias cuando lo estime beneficioso para el paciente. En este sentido, claramente el análisis junguiano es un precursor de las terapias transpersonales. Pienso que el mayor mérito de Jung y su obra es haber abierto el camino de una expansión de la psicología, como metapsicología y como terapéutica, sacándola de los estrechos límites del materialismo estricto, llevándola a preocuparse, a investigar y a aplicar terapéuticamente técnicas que permitan acceder a esferas de armonía y de felicidad, que no pueden ser alcanzadas si es que se ignoran las necesidades trascendentes del hombre. Recordemos que estas necesidades de trascendencia han acompañado al ser humano desde hace miles de años. Es así como desde el Paleolítico, 70.000‑50.000 años, ya puede hablarse con certeza de sepulturas y de la creencia en la vida más allá de la muerte[5].
Haciendo un resumen, repitamos que el yo surge del inconsciente colectivo. Junto con el yo también va apareciendo el inconsciente personal. En la primera mitad de la vida, lo más importante va a ser establecerse en este mundo ejerciendo los diversos roles con que la vida nos va enfrentando (hijo, estudiante, trabajador, padre, esposo, etc.). En la segunda mitad, irán cambiando las prioridades y se irá manifestando en plenitud el proceso de individuación, llevando a la creación de un nuevo centro, el sí mismo o self; que va a expresar la totalidad de la personalidad, tanto consciente como inconsciente. El impulso a la totalidad es algo que traemos incorporados todos los seres humanos. Durante milenios se lo entendió como una llamada de Dios para llevar el alma de vuelta a casa. Ya sea que lo expresemos en términos psíquicos o religiosos, se trata de una tendencia, de una fuerza, de un impulso que sólo se podrá ir elaborando armónicamente en la medida que se le vaya dando curso y que conscientemente se vaya recorriendo el camino de la individuación.
[1] Jung C. Psyche and symbol. New York: Doubleday Anchor Books, 1958.p.xi.
[2] Jung C. Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona: Seix Barral, 1981.p.16.
[3] Evans R. Conversaciones con Jung. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968.p.90.
[4] Jung C. Recuerdos, sueños, pensamientos. p.413-414.
[5] Eliade M. Historia de las Creencias y de las ideas religiosas. Madrid: Morata, 1978.
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